La horizontalidad como clamor

Todos los 25 de noviembre, se conmemora el asesinato de las hermanas Mirabal, Patria, Minerva y María Teresa, tres mujeres dominicanas asesinadas este día en su país en 1960. Fue hasta 1999 que la ONU declaró cada 25 de noviembre como el Día Internacional para la eliminación de la violencia contra la mujer.
Para el Nuevo Humanismo o Humanismo Universalista, la violencia “es el más simple, frecuente y eficaz modo para mantenerse en el poder y la supremacía, para imponer la propia voluntad a otros(…)”1, hemos de ver que hay distintos tipos de violencia, ya sea racial, étnica, social, económica, etc., sin embargo, la violencia hacia la mujer, es transversal a todos los tipos de violencia, presente en cada ámbito de sus vidas, recordándoles a cada minuto que son mujeres y, que el sistema patriarcal las ha puesto en una posición de desventaja, discriminación y de violencia sistemática.
El patriarcado es la relación directa de poder que practica el hombre sobre la mujer, con la finalidad de ejercer el control, uso, sumisión y opresión de las mujeres, haciéndose efectiva mediante la utilización de violencia en cualquiera de sus formas. Las Naciones Unidas definen la violencia contra la mujer como “todo acto de violencia de género que resulte, o pueda tener como resultado un daño físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada”.


La violencia hacia la mujer, principalmente cuando es practicada por su pareja, refleja que aun cuando mucho han avanzado las mujeres en su proceso de reivindicación y liberación, la violencia estructural y directa es el mecanismo central para crear y mantener relaciones desiguales de opresión y explotación en sociedades que engañosamente se han ufanado de ser igualitarias, democráticas, pacíficas y progresivas.
La violencia hacia la mujer se erige como un grave problema de salud pública, producto que genera importantes problemas en la salud física, mental, sexual y reproductiva a corto y largo plazo, además, de que es una violación sistemática a los derechos humanos de las mujeres. Las estimaciones realizadas por la OMS advierten que una de cada 3 mujeres en el mundo, es decir, el 35% de ellas, han sufrido violencia física o sexual de su pareja o de terceros en algún momento de su vida. Además, cabe señalar que el 38% de los asesinatos de mujeres que se producen en el mundo son realizados por su pareja masculina.
La pandemia del COVID-19 ha llegado a profundizar aún más la violencia hacia las mujeres en muchos países, aumentando no solo la probabilidad de sufrir violencia, sino que también “incrementó los niveles de crueldad y letalidad por parte del agresor contra las mujeres”2. Pero, como la violencia patriarcal hacia la mujer es multifactorial y sistémica se expresa en múltiples formas además de la violencia física y psicológica, como la violencia patrimonial (solo basta con revisar en los registros de la propiedad de cualquier país la proporción entre dueños hombres y dueñas mujeres) e institucional (como la maternidad forzada, la violencia obstétrica, la discriminación laboral y el acoso), entre otras.
El actual momento social y político ha permitido que se progrese en la visibilización de la violencia de género, situación que ha sido posibilitada por las manifestaciones feministas, relevando su carácter transversal y que responde a las particularidades de cada mujer, sin embargo, la institucionalidad ha dejado en evidencia que es completamente incapaz de contestar a las demandas que el movimiento feminista ha levantado.
Las y los humanistas observamos y reconocemos a los Estados como productores y reproductores de la violencia, y por lo tanto exigimos su responsabilidad y obligación de garantizar una vida libre de violencia para las mujeres, niñas y disidencias.
Para avanzar en la eliminación de esta forma de ejercer violencia, es de suma relevancia tener espacios de organización de mujeres y disidencias, que puedan hacerle frente a la violencia, así mismo, el fortalecimiento de estrategias feministas que les permitan vivir y relacionarse, tales como: auto valencia, autoeducación, autodefensa y redes de apoyo. Además, es fundamental la consolidación de la organización e inserción territorial de las mujeres y disidencias, para que juntas y juntos podamos luchar por la erradicación de la misma.
Es necesario indagar y analizar nuevas formas de ejercer justicia, que no responda únicamente al punitivismo institucional, sino que también se consideren como ejes centrales, a la educación y la reparación. Pero ello no implica dejar de ser perseverantes con la demanda de justicia hacia los atropellos y transgresiones a los derechos de las mujeres y disidencias. ¡No más impunidad para los agresores!
La no violencia activa, es la metodología de acción que las y los humanistas hemos decido utilizar. Ello significa impulsar acciones concretas para crear conciencia, denunciar, protestar, resistir, desobedecer y contrarrestar las distintas formas que toma la violencia, por lo tanto, sostenemos la necesidad de avanzar hacia la cultura de la no violencia, basada en la libertad personal, la solidaridad social, la sororidad, la equidad y la no tolerancia de la violencia.
Las y los humanistas proponemos que se ponga al ser humano en el centro de la construcción de nuestra sociedad, reconociendo las múltiples violencias vividas por las mujeres, disidencias sexuales, niñas, niños y todos los cuerpos feminizados. Se hace imperante la construcción de políticas públicas que les den a las mujeres mayor acceso a la justicia, educación sexual y afectiva, además de asegurar su buen vivir como seres humanos.
En consecuencia, el Partido Humanista Internacional hace un llamado a sostener y profundizar la visibilización y la denuncia de la violencia sistemática que viven las mujeres y a no rendirse jamás frente a ninguna forma en que se exprese esta violencia.

Equipo de Coordinación Internacional

Partido Humanista Internacional

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