Los humanistas entendemos el modelo de estado como el tipo de organización que requiere la función pública. Actualmente, lo único que se pone sobre la mesa es la necesidad cambiar o hacer desaparecer determinadas administraciones como el senado o las diputaciones provinciales. Los partidos mayoritarios buscan, a través de este debate estéril, mejorar su imagen. Señalados con razón por mucha gente como responsables y cómplices de la crisis, argumentan que se reducirán considerablemente los gastos. Son pequeñas concesiones para disimular las críticas ante sus sueldos escandalosos y los beneficios que obtienen con la práctica política.

En realidad, si queremos hablar de modelo de estado, tenemos que hablar del tipo de organización y de coordinación que nos queremos otorgar. Y, más allá de eso, facilitar los cauces para que en esa organización participen el mayor número de personas.

El ser humano, incluso en momentos tan difíciles como estos, tiene libertad para imaginar su futuro o para negarlo. Entendemos que la participación en la vida política es también un ejercicio de libertad. Y quienes niegan este ejercicio a otros están ejerciendo la violencia sobre ellos. Así ocurre, por ejemplo, cuando se aprueban leyes que limitan la participación, se silencian en los medios de comunicación opciones políticas que critican el sistema, o se impone a las poblaciones una forma organizativa que ellos no han elegido.

Para dibujar el modelo de estado al que aspiramos los humanistas, hay que devolver el poder de decisión a la gente, a las bases sociales. E impulsar las herramientas necesarias para que puedan ejercerlo. Sin una Democracia Real, cualquier fórmula organizativa tenderá de nuevo a la acumulación del poder en manos de unos pocos, alentados y financiados por el gran capital.

Actualmente el Estado es una instrumento insensible manejado por quienes tienen el dinero. Las personas están en un segundo plano.

Los humanistas no queremos un estado centralizado manejado por políticos corruptos e insensibles. Tampoco un paraestado que lo sustituya, dejándolo todo en manos del gran capital. Para los humanistas el tema principal en cuanto a la organización de las distintas administraciones públicas es la descentralización del poder hasta devolverlo a los pueblos.

Por lo tanto defendemos una organización federativa en la que el poder político real vuelva a a la base social. Para ello hay que dotar de competencias a las distintas administraciones llegando hasta el nivel del municipio. Esto sólo se conseguirá mediante una democracia directa apoyada por los instrumentos tecnológicos necesarios y otorgando a las administraciones municipales no sólo la gestión pública, sino también los recursos suficientes para hacerlo.

Y por cierto que se trata de un modelo organizativo que apunta a la apertura como solución al creciente desorden provocado por los estados actuales. No hablamos de pequeños núcleos de decisión desconectados entre sí. Más bien al contrario. Apostamos por una organización social solidaria, construida desde por la base y desde la base, en la que las relaciones se establecerán de acuerdo al respeto y la colaboración mutuas. Y será así porque las propias poblaciones caerán en la cuenta de que no habrá progreso si no es de todos y para todos.

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