Uno de los principales problemas que afrontan los países miembros de la Unión Europea son las cifras de paro. Aunque los datos son más graves en los estados en los que la crisis económica ha sido más virulenta (España, Grecia, Italia, Portugal), en el resto de Europa el desempleo constituye, igualmente, uno de los principales factores de desigualdad y exclusión. En algunos países (caso de Alemania, por ejemplo) las soluciones propuestas han tenido siempre la característica común de la precariedad. Son los denominados minijobs, trabajos mal remunerados que, además, cotizan poco, por lo que generan escasos beneficios a los estados. Es decir, un tipo de trabajo del que únicamente se beneficia el empresario y en el que pierden los trabajadores y los sistemas sociales. Este modelo que está siendo copiado en otros lugares, defendido igualmente por partidos liberales y socialdemócratas, apunta en un futuro hacia una desregularización total del mercado de trabajo. Es decir, una forma de empleo sin normativas, en la que los trabajadores están totalmente desprotegidos y se ven obligados a aceptar estas condiciones, por abusivas que sean.

El mito de la productividad

Las recomendaciones de las grandes instituciones financieras -BCE, FMI- hacia los gobiernos siempre apuntan en una misma dirección: recortar el gasto público (es decir, dejar a la población indefensa reduciendo servicios sociales) y flexibilizar el mercado de trabajo (lo que en la práctica se traduce en trabajar más horas, por menor salario y atrasar la edad de jubilación). Todo ello para aumentar una supuesta “productividad” que hará ser más competitiva ala UE. La competitividad traerá la recuperación económica y con ella se volverá a crear empleo. Es el cuento de la lechera neoliberal.

En realidad la productividad no se ha reducido. El gran capital sigue produciendo inmensos beneficios (que es su objetivo e interés). El problema es que estos beneficios se acumulan cada vez en menos manos. Y el proceso acumulativo, lejos de revertir, aumenta y se acelera. Es ingenuo, además de falso, suponer que los mismos que nos han llevado a esta situación (grandes multinacionales, fondos de inversión y sus lacayos los gobernantes europeos) van a resolverla. En realidad la gente les importa bien poco. Las personas les sobran. Para ellos son un mal menor que deben soportar para poder utilizarlos en su loca carrera hacia la acumulación de riqueza.

El reparto del empleo

La posibilidad de repartir el empleo (es decir, el tiempo de trabajo) como una de las soluciones al problema del paro no es nueva. Algunos economistas la han venido apuntando durante los últimos 40 años. Desde el filósofo Bertrand Russell hasta algunas interpretaciones del keynesianismo han propugnado podría trabajar menos gracias a las tareas que asumen las máquinas y al avance de la tecnología. Y esto, lejos de reducir los beneficios, los aumentaría, puesto que la productividad sería mayor y ahorraría costes sociales a los estados.

Los humanistas estamos a favor de reducir la jornada laboral y de repartir el empleo hasta conseguir que el paro se reduzca o desaparezca. Por supuesto, manteniendo y aumentando los salarios, ya que todo beneficio que no se reinvierte en la mejora de las condiciones de trabajo o en la productividad es desviado hacia el circuito especulativo. Esta inversión se lograría aplicando una Propiedad Participada de los Trabajadores, descrita por el economista humanista José Luis Montero de Burgos en su obra Economía Míxta. En este tipo de propiedad de la empresa, el capital y el trabajo comparten beneficios y gestión de la empresa.aría costes sociales a los estados.

Diferimos, en cambio, en la obsesión por la búsqueda de una productividad y competitividad como objetivo absoluto del empleo. Necesitamos un cambio de paradigma que vaya más allá de lo económico para encarar cuestiones éticas, de concepción del ser humano y del sentido de la existencia. Si consideramos a las personas como meros productores y consumidores, la lógica del capital que alimenta esta estúpida cultura materialista estará plenamente justificada.

Estas medidas económicas deben ir acompañadas de una política fiscal que grabe cualquier capital especulativo y persiga el fraude (la Unión Europea debería situarse a la cabeza de las denuncias contra los paraísos fiscales, firmando tratados que impidan que los capitales generados en la Unión puedan fugarse hacia estos territorios). Los humanistas nos unimos además a otros grupos y plataformas que están pidiendo la concesión de una renta básica universal, puesto que consideramos que todo ser humano, por el simple hecho de haber nacido, debe tener reconocida y asegurada la dignidad que le es inherente.cada. Si, en cambio, nos vivimos como transformadores y protagonistas de nuestra propia existencia, el sentido estará puesto en la humanización del mundo, en la liberación de la especie. Y habrá, por supuesto, quien critique este pensamiento con cifras, teorías y tesis macroeconómicas, obviando cualquier componente moral. Pero ya conocemos hasta dónde nos han llevado esas prácticas y esa mirada deshumanizadora. Es, pues, el momento de pensar y construir una economía al servicio del ser humano.

 

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